Cuando analiza su recorrido vital, Josefina González se reconoce como privilegiada. Esa idea no viene de asumirse con una ventaja sobre otra persona, sino por haber logrado abrirse camino y acceder a espacios que no estaban pensados para ella. Josefina es una mujer trans, activista transfeminista integrante de la Colectiva Unión Trans, funcionaria del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES), actriz y comunicadora uruguaya. Pero para llegar a los lugares en los que hoy se encuentra, debió enfrentar sistemáticas violencias, prejuicios y estigmas; hizo frente a un montón de obstáculos y escasas oportunidades, golpeó incontables puertas y superó un número similar de rechazos. “Todas esas experiencias me hicieron crecer, los golpes y las violencias tienen varios efectos en las personas, a algunas las someten y a otras las fortalecen. Somos las menos las que salimos fortalecidas”, cuenta. Las dificultades de su trayecto se explican en que “quienes no van de acuerdo a las normas que establece el sistema les es más difícil transitar el mundo”. Para ella el mundo no ha sido un lugar fácil.
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Josefina tiene 39 años y es de San Carlos, Maldonado. En 2006, con 21 años, decidió dejar su ciudad e ir a estudiar Comunicación a Montevideo. Por esos días pasaba su tiempo en el locutorio de Antel de San Carlos, acompañada de una guía del Gallito de El País, buscando un alquiler. A dos semanas de comenzar las clases aún no tenía lugar en donde vivir. Enseguida que la atendían les explicaba que era una mujer trans; una decisión que debió tomar para ahorrar tiempo, luego de haber realizado varias entrevistas presenciales en donde le negaban la posibilidad de un alojamiento por quien era: “No me alquilaban, la gente me veía, miraba la cédula y no podía creer que tuviera nombre de varón. Eran situaciones espantosas, porque estaba en escrutinio constantemente”.
Después de varios intentos, finalmente, dio con una mujer llamada Mara que aceptó alquilarle una pieza en el patio de su casa, en el límite de la Unión y Villa Española. Con sus pocos ahorros de cuando había trabajado en una casa de salud en San Carlos, se mudó el día antes de que comenzaran las clases. Pero Mara no había previsto que Josefina llegaría tan rápido y la pieza estaba cerrada y ocupada por gatos, además la puerta era de chapa y se encontraba torcida arriba y abajo. “Aspiraba a mucho más, pero por suerte la vida te cachetea y te dice: bueno, por ahora es esto a lo que podes acceder”, cuenta mientras ríe. Luego de una jornada de limpieza el lugar quedó ”impecable”. Una puerta de madera que estaba sin uso le sirvió como cama durante unos meses. Contaba con una garrafa de 3 kilos, una colchoneta fina, un bolsito con ropa, una ollita, una cuchara, un cuchillo y un tenedor. “Me vine con las dos manos atrás”, resume Josefina.
Al poco tiempo de haberse instalado en Montevideo, las violencias comenzaron a ser cada vez mayores. "De nuestras identidades no se hablaba y había una estigmatización total. La gente nos veía, nos insultaban o nos miraban mal, había mucha violencia cotidiana. Y en términos históricos 2006 fue ayer. A los tres meses me tuve que mudar porque me amenazaron de muerte en el barrio”, recuerda. Ante las amenazas, otra vez el proceso de buscar en la guía y nuevamente las negativas a alquilarle por ser una mujer trans. Esta vez con todas sus cosas ya encima, consiguió una habitación en una pensión el día en el que casi se queda en la calle. Ese lugar se convirtió en su casa por varios años.
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De 2010 a 2012 Josefina trabajó en una empresa de limpieza tercerizada. Fue su primer empleo formal desde que se instaló en la capital. Antes de ello, debió trabajar sexualmente para subsistir. “A nosotras se nos impone pasar por el trabajo sexual, es una imposición histórica que tiene que ver con la falta de oportunidades, al no haber oportunidades el sistema tiene una forma muy perversa oprimir”, reflexiona. “Hoy estamos en la disputa de que no queremos ser un objeto de deseo, que nos quita humanidad y por ende derechos. Mientras tanto no podamos abolir el trabajo sexual, hay que construir condiciones dignas, para que esas compañeras puedan, mínimamente, no perder la salud y la vida en ese trabajo”, agrega.
Abandonó tres veces la facultad, pero siempre volvió. Mientras trabajaba en la empresa de limpieza y estudiaba, concursó para un cargo público. Estuvo cerca de ingresar, pero quedó en lista de prelación. Al año siguiente se presentó nuevamente a otro llamado público, específico para personas trans. Esta vez el resultado fue diferente. Ganó el cargo administrativo para trabajar en el MIDES e ingresó en 2014. Ese fue el primer cupo trans, antes de que hubiera una legislación específica para esa población. Sobre ese tránsito, recuerda que fue paso a paso y con muy pocas oportunidades: “Sí hubiera tenido más oportunidades quizás hoy estaría en un mejor lugar, pero también era el camino que tenía que recorrer para aprender un montón de cuestiones y lograr construir otra cosa a partir de mi experiencia de vida”.
Mientras Josefina transitaba su recorrido laboral, el país avanzaba lentamente en la legislación de algunos derechos para la población trans. La apertura de cupos específicos era una señal. Antes, en 2009, se había aprobado la normativa que habilitaba el cambio de nombre y sexo registral. Aún así, esos cambios no se terminaban de implementar. “En 2010 hicimos un reclamo porque las personas trans no eran contempladas en las estadísticas y no éramos parte de la población objetivo del Mides. Se había aprobado la ley de cambio de nombre de sexo registral, pero estaba encajonada”, explica. El 17 de mayo de ese año, un grupo de mujeres trans, entre otras, hicieron una manifestación en el registro civil y cortaron la calle. Con un megáfono en mano, se desplazaron hasta el MIDES e irrumpieron en la oficina de la ministra Ana Vignoli.
A partir de allí, se inició un proceso de construcción de políticas, que tuvo un hito importante en 2018 con la aprobación de la Ley integral para personas trans, una normativa con el objetivo de desarrollar políticas públicas específicas dirigidas a esta población para disminuir la discriminación estructural que enfrenta a diario y lograr su inclusión en todos los ámbitos de desarrollo. “Hoy no está todo saldado, pero sí por lo menos no les cierran las puerta en la cara. Algunas están teniendo la posibilidad de estudiar, yo para hacerlo tuve que esforzarme muchísimo, pasar hambre y prostituirme. Hoy se que algunas no están teniendo ese tránsito tan pesado y dificultoso”, valora Josefina.
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Es un proceso, no se da de un día para otro, explica Josefina en relación a su identificación como mujer trans. Durante su infancia, lo primero que reconoció fue que su comportamiento y afectividad no eran los hegemónicos de un varón. “Sabía que mi personalidad, comportamiento, y expresión de género, no coincidían con mi genitalidad y el género que me habían cargado, era obvio que algo iba a suceder”, cuenta. Ante ello, se puso en marcha el accionar del aparato de corrección estructurante. “Intentaron corregirme pero no pudieron, porque no se puede ir en contra de lo que una es. Y tampoco es una cuestión de elección, no es que elegí ser travesti, ya lo era”. Finalmente, su propia aceptación. “Lo que hice fue reconocerme a mí misma, después de un proceso de construcción de identidad. De a poco, con parches y caídas, para luego fortalecerme”.
En ese camino, su conflicto más grande llegó en la adolescencia, aunque un poco antes ya se había comenzado a explicitar. “Llegó un punto en el que me miraba al espejo y estaba travestida para el afuera. Estaba siendo alguien que no quería ser, alguien que el resto reconocía y legitimaba, pero yo no”. Ante esa disrupción, Josefina tuvo una ruptura: “Primero me puse pantalones ajustados, después una remerita entallada. Algunas veces me arreglaba para salir los fines de semana con mis amigas y de día me vestía con ropa más andrógina (sin un género definido). Lo que te ayuda mucho en ese proceso son los grupos de pares, es con quienes compartís tus dudas y a quienes le preguntas cosas”.
A nivel familiar su proceso generó tensión, principalmente con su madre, “si hubiera seguido vistiéndome de varón se me perdonarían más cosas, hubiera tenido una aceptación más grande”, cuenta Josefina. “Mi respuesta fue: lo lamento, te vas a tener que acostumbrar. Me había costado un montón salir de mi pieza empoderada, fortalecida y sintiéndome bien conmigo misma. Después mi madre estuvo chocha, llegaban las travestis a casa y nos matábamos de la risa”. Hubo un proceso para eso, en ese entonces Josefina ya tenía casi 18 años. Tiempo después entendió que, en su individualidad, el proceso que estaba transitando también impactaba en su familia, para bien y para mal: “El castigo por romper con la identidad asignada te lo hace pagar la sociedad. A mi madre la miraban mal y cuchicheaban en el barrio, ella también fue afectada por esa violencia”.
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Dos años después de haberse instalado en la capital, Josefina participó por primera vez como vocera en una marcha de la diversidad. Una experiencia que estuvo atravesada por los nervios de su corta edad, recuerda. Desde entonces, participó en la coordinadora encargada de la organización de la marcha hasta 2016. Luego, siguió acompañando pero desde otro lugar. Al analizar la evolución de la marcha, hace hincapié en la apropiación de la lucha por parte de las nuevas generaciones y en los espacios artísticos, como forma de enunciación. “Este movimiento no es sólo una lucha social y política, sino que también cultural. A la interna de nuestra comunidad hay un lenguaje propio y una cultura del arte: en las performances, en el maquillaje, en la vestimenta y en los mensajes que se dejan”, señala.
Josefina tiene en claro que, por su trayecto de vida, se ha convertido en una referente para las nuevas generaciones; algo que por momentos le supone cierta responsabilidad, aunque trata de que no influya en su cotidianidad. “Yo no me pienso así, pero entiendo en qué momento histórico estamos, el camino que tuve que recorrer y también que no tuve una referencia. Porque en el tiempo que yo me desarrollé, no había una referencia travesti-trans para nosotras. Habían compañeras pero estaban sucumbidas en la oscuridad, en la cuestión más invisibilizada que puedas imaginarte. Solo salían de noche y siempre que te las cruzabas tenías que mirar para abajo porque ellas se defendían mucho, estaban a la defensiva porque eran muy violentadas”. Hoy, parte de eso ha cambiado, “casi todo el mundo tiene una travesti de vecina”. Aún así, se sigue manteniendo cierta distancia: “tienen la experiencia de verla pero no de intercambiar con ella”, sostiene.
Como parte de su militancia personal, Josefina participó del programar radial Voces del Arcoíris y de la organización Kilómetros cero. Actualmente forma parte de la Colectiva Unión Trans, un espacio creado en 2018 con el fin de promover la participación y la defensa de los derechos de las personas trans en Uruguay. La organización tuvo un rol importante en la discusión de la aprobación de la ley trans en nuestro país y en la defensa de dicha ley cuando se intentó derogar vía recolección de firmas. Actualmente, ese espacio viene en un proceso de reorganización interno, ante el debilitamiento de la participación. También, vienen gestando un proyecto de trabajo en conjunto con organizaciones de otros países.
Como reflexión final, Josefina sostiene que han habido avances pero que estos no alcanzan, que la disputa más grande debe ser cultural, colectiva y sin transformarse en una guerra de imposiciones. “Hay un discurso instalado en ciertos sectores conservadores de la sociedad -que se observa también a nivel regional- que cree que venimos a imponer la diversidad y nos pone en el lugar del enemigo. Esa lectura hay que romperla. A quienes nos hemos desarrollado en un sistema obligatoriamente heterosexual y cis género, nos han impuesto un modelo, una forma de ser, pensar, sentir y vincularnos. Entonces es al revés, nosotras decimos que no queremos que nos impongan más. Queremos que la gente sea libre de elegir y no tenga la imposición de un sistema extremadamente duro, violento, normativo y castigador”.
Desde la Obra Ecuménica Barrio Borro reconocemos la existencia de un sistema que produce y reproduce desigualdad. Por tanto, nos comprometemos a poner en cuestión cualquier expresión/manifestación que perpetúe exclusión, con el objetivo de romper los moldes, las visiones adultocentricas y las heteronormativas que reproducen mandatos sociales y culturales. Apuntamos a generar espacios inclusivos y diversos para que cada niño, niña y adolescente transite su paso por la institución de acuerdo a su sentir, sin prejuicios y acompañadx por un equipo que le apoye. Nuestra Misión es garantizar el ejercicio de los derechos de nuestra comunidad, de manera tal que aporte a la construcción de ciudadanía plena, en pos de la justicia social. Para ello, nuestro compromiso es de seguir trabajando para romper con las estructuras normativizantes, apostando por la libertad, la construcción colectiva y la generación de oportunidades para todxs.
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